Me fui de vacaciones a Kenia a casa de mi tía abuela Marujín, yogui desde hace casi 40 años.
Marujín se despertaba todos los días a las 7 am y lo primero que hacía era su práctica diaria de meditación y de yoga.
El primer día que me apunté a practicar yoga con ella, no me lo podía creer. A pesar de tener 41 años más que yo, estaba mil veces más en forma que yo. Yo era un tronco, me dolía todo el cuerpo en cualquier postura que intentaba, y me costaba mantener mucho la atención. Ella sin embargo, parecía que volaba con su fluidez al hacer yoga.
Y no era sólo físicamente. Había algo más que me transmitía al practicar yoga, ¿quizá paz? No lo se, pero me despertó un gran interés…